miércoles, mayo 14, 2008

Lo máximo murmura - Ida Gramcko


Si he sido fiel al colmo compartido de lo divino,

si desamparada el amparo esencial he mantenido

esta máxima y diáfana morada;

si en el dolor, de su inmutable nido_colmena

de una miel honda y doradadon de brilla,

lejana del sentido,luz de esencial y única alborada

no dudé y su fervor he sostenido pese a estar triste,

pese a estar turbadapor el miedo a la duda,

y si he sentidolo total, padeciendo más callada,

si me alcé sobre el grito y su estallido

como entera confianza delicada,

si no he visto y en lo único he creído

y soy la fe más bienaventurada,

¿puedo esperar lo que yo anhelo?

Pido sabiendo que mi voz será escuchada,

como se escucha un manantial sin ruido.

En esta unión altísima y sagrada

se oye la claridad y no el sonido,

se escucha el resplandor de la cascada

El síndrome de Wendy




¿Quién es Wendy?


Wendy es aquella mujer u hombre que se encuentra detrás de un Peter Pan. Y es que, como relata el psicólogo clínico Ángel Marín Tejero, "tras un Peter Pan siempre tiene que haber una persona, hombre o mujer, dependiendo del caso, que se encargue de hacer todo aquello que no hace él.


Peter Pan no existe si no hay una Wendy que le aguante". Pese a ello, el psicólogo Marín Tejero asegura que no se puede hablar del Síndrome de Wendy como una patología. "Hay trastornos de la personalidad que se podrían asemejar a este síndrome, pero como tal no es una patología clínica, lo que no quiere decir que con el tiempo no acabe produciendo desajustes y sufrimiento, tanto en la persona que lo sufre como en quienes le rodean".


El síndrome de Wendy esta basado en la necesidad absoluta de satisfacer al otro, principalmente la pareja o los hijos. Es más común en mujeres que en hombres.Se denomina miedo al rechazo, al abandono, a no sentirse querida, al deseo de complacer a los demás y sobre todo una gran necesidad de aceptación y aprobación.


Suele estar directamente relacionado con el Síndrome de Peter Pan. Es más, no puede existir ningún Peter Pan que no tenga detrás una Wendy para que haga todo lo que él no hace y se responsabilice de todo lo que él evita.

Los síntomas más comunes son los siguientes:

Sentirse imprescindible Entender que el amor es sacrificio y resignación

Evitar a toda costa que alguien se enfade

Intentar continuamente hacer feliz a los demás

Insistir en hacer las cosas por la otra persona Pedir perdón por todo aquello que no ha hecho o que no ha sabido hacer

Necesidad de cuidar al prójimo

Convertirse en un progenitor o progenitora en la pareja


El Síndrome de Wendy se puede definir como el conjunto de conductas que realiza una persona por miedo al rechazo, por necesidad de sentirse aceptado y respaldado, y por temor a que nadie le quiera. En definitiva, por una necesidad imperiosa de seguridad. "Cuando el sujeto actúa como padre o madre en su pareja o con la gente más próxima, liberándoles de responsabilidades, podemos hablar de Wendy", explica la psicóloga Pilar Arocas, quien añade que "estas conductas pueden darse tanto dentro del núcleo familiar, en los roles de padre-madre sobreprotectores, como en las relaciones interpersonales, con aquellas personas muy cercanas".


La madre que despierta todos los días a su hijo para que no llegue tarde a clase, aquella que le hace los deberes, le resume las lecciones o subraya los apuntes, la esposa que asume todas las responsabilidades domésticas… es una Wendy en el núcleo familiar.


Lo mismo ocurre en la relación de pareja si es ella o él quien toma todas las decisiones y asume las responsabilidades, actúa como madre o padre y como esposa-esposo o justifica la informalidad de su pareja ante los demás.


Fuentes:Wikipedia

María Rodríguez

martes, mayo 13, 2008

Elogio a la mujer brava (Por: Héctor Abad)






Estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas.
A los hombres machistas, que somos como el 96 por ciento de la población masculina, nos molestan las mujeres de carácter áspero, duro, decidido. Tenemos palabras denigrantes para designarlas: arpías, brujas, viejas, traumadas, solteronas, amargadas, marimachas, etc.

En realidad, les tenemos miedo y no vemos la hora de hacerles pagar muy caro su desafío al poder masculino que hasta hace poco habíamos detentado sin cuestionamientos. A esos machistas incorregibles que somos, machistas ancestrales por cultura y por herencia, nos molestan instintivamente esas fieras que en vez de someterse a nuestra voluntad, atacan y se defienden.

La hembra con la que soñamos, un sueño moldeado por siglos de prepotencia y por genes de bestias (todavía infrahumanos), consiste en una pareja joven y mansa, dulce y sumisa, siempre con una sonrisa de condescendencia en la boca. Una mujer bonita que no discuta, que sea simpática y diga frases amables, que jamás reclame, que abra la boca solamente para ser correcta, elogiar nuestros actos y celebrarnos bobadas. Que use las manos para la caricia, para tener la casa impecable, hacer buenos platos, servir bien los tragos y acomodar las flores en floreros.

Este ideal, que las revistas de moda nos confirman, puede identificarse con una especie de modelito de las que salen por televisión, al final de los noticieros, siempre a un milímetro de quedar en bola, con curvas increíbles (te mandan besos y abrazos, aunque no te conozcan), siempre a tu entera disposición, en apariencia como si nos dijeran "no más usted me avisa y yo le abro las piernas", siempre como dispuestas a un vertiginoso desahogo de líquidos seminales, entre gritos ridículos del hombre (no de ellas, que requieren más tiempo y se quedan a medias).

A los machistas jóvenes y viejos nos ponen en jaque estas nuevas mujeres, las mujeres de verdad, las que no se someten y protestan y por eso seguimos soñando, más bien, con jovencitas perfectas que lo den fácil y no pongan problema. Porque estas mujeres nuevas exigen, piden, dan, se meten, regañan, contradicen, hablan y sólo se desnudan si les da la gana.

Estas mujeres nuevas no se dejan dar órdenes, ni podemos dejarlas plantadas, o tiradas, o arrinconadas, en silencio y de ser posible en roles subordinados y en puestos subalternos. Las mujeres nuevas estudian más, saben más, tienen más disciplina, más iniciativa y quizá por eso mismo les queda más difícil conseguir pareja, pues todos los machistas les tememos.

Pero estas nuevas mujeres, si uno logra amarrar y poner bajo control al burro machista que llevamos dentro, son las mejores parejas. Ni siquiera tenemos que mantenerlas, pues ellas no lo permitirían porque saben que ese fue siempre el origen de nuestro dominio. Ellas ya no se dejan mantener, que es otra manera de comprarlas, porque saben que ahí -y en la fuerza bruta- ha radicado el poder de nosotros los machos durante milenios.

Si las llegamos a conocer, si logramos soportar que nos corrijan, que nos refuten las ideas, nos señalen los errores que no queremos ver y nos desinflen la vanidad a punta de alfileres, nos daremos cuenta de que esa nueva paridad es agradable, porque vuelve posible una relación entre iguales, en la que nadie manda ni es mandado. Como trabajan tanto como nosotros (o más) entonces ellas también se declaran hartas por la noche y de mal humor, y lo más grave, sin ganas de cocinar.

Al principio nos dará rabia, ya no las veremos tan buenas y abnegadas como nuestras santas madres, pero son mejores, precisamente porque son menos santas (las santas santifican) y tienen todo el derecho de no serlo. Envejecen, como nosotros, y ya no tienen piel ni senos de veinteañeras (mirémonos el pecho también nosotros y los pies, las mejillas, los poquísimos pelos), las hormonas les dan ciclos de euforia y mal genio, pero son sabias para vivir y para amar y si alguna vez en la vida se necesita un consejo sensato (se necesita siempre, a diario), o una estrategia útil en el trabajo, o una maniobra acertada para ser más felices, ellas te lo darán, no las peladitas de piel y tetas perfectas, aunque estas sean la delicia con la que soñamos, un sueño que cuando se realiza ya ni sabemos qué hacer con todo eso.

Los varones machistas, somos animalitos todavía y es inútil pedir que dejemos de mirar a las muchachitas perfectas. Los ojos se nos van tras ellas, tras las curvas, porque llevamos por dentro un programa tozudo que hacia allá nos impulsa, como autómatas.

Pero si logramos usar también esa herencia reciente, el córtex cerebral, si somos más sensatos y racionales, si nos volvemos más humanos y menos primitivos, nos daremos cuenta de que esas mujeres nuevas, esas mujeres bravas que exigen, trabajan, producen, joden y protestan, son las más desafiantes y por eso mismo las más estimulantes, las más entretenidas, las únicas con quienes se puede establecer una relación duradera, porque está basada en algo más que en abracitos y besos, o en coitos precipitados seguidos de tristeza.

Esas mujeres nos dan ideas, amistad, pasiones y curiosidad por lo que vale la pena, sed de vida larga y de conocimiento.


Vamos hombres, por esas mujeres bravas!!!!!!!!!!!!!