miércoles, enero 21, 2009

Mordaza

Los vi llegar decididos. El escritor y el que lee,una monja vestida de invierno, el santurrón, la promiscua, el que seduce, la seducida.
Avanzaron un paso y, en la misma acera estaban de cara al sol
la secretaria y el jefe, el del aseo, el cartero, el chofer y su pasajero, el obrero que sonríe.
Laterales, a viva voz, tampoco se escondían la cocinera y la mucama, el cajero con su ironía, las putas, las tías melindrosas y dignas.
Un silente sordomudo abanicó sus carteles, se hizo notar tanto como el policía, el mensajero y el guía, el motociclista, audaz y comprometido, la asistente, el ingeniero, un contable sin contaduría.
Tras aquellos árboles deambularon cerca el cineasta, el vendedor y toda una cuadrilla.
No escapó a la multitud el cerrajero, el plomero y un mecánico sin ayudante, el limpiador de los vidrios, la arquitecta y a su lado, el monaguillo.
Con movimientos y acordes les seguía el músico, el trompetista y la bailarina.
El regente, las conserjes, el vigilante, padres, hermanos, hijos y tías.
Asistió hasta la propia característica, sin distinciones ni rangos, donde las sombras se unieron en una sola caricia, a ese paso en el que, al tropezar se puede hasta recibir una sonrisa y cualquier diferencia se torna en unión repleta de adrenalina.
El silencio es una de las peores dagas, tal como la mordaza obligada, reprimida, el miedo.
El aprendizaje cumplió su tiempo de espera, nos graduamos de ingenuos.
La graduación está próxima.
Ya NO más.

jueves, enero 08, 2009

Un violinista en el metro


Tomado de El Club de la Efectividad. The Washington Post.

Un hombre se sentó en una estación del metro en Washington y comenzó atocar el violín, en una fría mañana de enero. Durante los siguientes 45 minutos, interpretó seis obras de Bach. Durante el mismo tiempo, secalcula que pasaron por esa estación algo más de mil personas, casi todas camino a sus trabajos.
Transcurrieron tres minutos hasta que alguien se detuvo ante el músico. Un hombre de mediana edad alteró por un segundo su paso y advirtió que había una persona tocando música.
Un minuto más tarde, el violinista recibió su primera donación: una mujer arrojó un dólar en la lata y continuó su marcha.
Algunos minutos más tarde, alguien se apoyó contra la pared a escuchar, pero enseguida miró su reloj y retomó su camino.
Quien más atención prestó fue un niño de 3 años. Su madre tiraba del brazo, apurada, pero el niño se plantó ante el músico. Cuando su madre logró arrancarlo del lugar, el niño continuó volteando su cabeza paramirar al artista. Esto se repitió con otros niños. Todos los padres, sin excepción, los forzaron a seguir la marcha.
En los tres cuartos de hora que el músico tocó, sólo siete personas se detuvieron y otras veinte dieron dinero, sin interrumpir su camino. El violinista recaudó 32 dólares. Cuando terminó de tocar y se hizo silencio, nadie pareció advertirlo. No hubo aplausos, ni reconocimientos.
Nadie lo sabía, pero ese violinista era Joshua Bell, uno de los mejores músicos del mundo, tocando las obras más complejas que se escribieron alguna vez, en un violín tasado en 3.5 millones de dólares. Dos días antes de su actuación en el metro, Bell colmó un teatro en Boston, con localidades que promediaban los 100 dólares.
Esta es una historia real. La actuación de Joshua Bell de incógnito en el metro fue organizada por el diario The Washington Post como parte de un experimento social sobre la percepción, el gusto y las prioridades de las personas. La consigna era: en un ambiente banal y a una hora inconveniente, ¿percibimos la belleza? ¿Nos detenemos aapreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado?
Una de las conclusiones de esta experiencia, podría ser la siguiente: Si no tenemos un instante para detenernos a escuchar a uno de los mejores músicos interpretar la mejor música escrita, ¿qué otras cosas nos estaremos perdiendo ?