martes, julio 22, 2008

La rebelión



A propósito de las masas, del pensamiento colectivo... me permito publicar un texto ajeno de un gran amigo: José López.


Fueron unos pocos zapatos los que tuvieron la reunión secreta de cuyo resultado surgió la idea de un paro poblacional. En signo de rebeldía se quitaron los cordones (los que lo usaban) y se declararon abstemios de tinturas y pomadas de lustre y por amplio concenso decidieron no prestar servicio durante una semana. Estantes y vidrieras de cuanta zapatería existía en el pueblo quedaron sin el producto de su razón comercial y debieron cerrar sin comprender lo que pasaba. No hubo pintadas previas que llamaron a protestar ni proclamas por los medios de difusión, solamente el boca en boca de calzado a calzado por las calles donde nadie descubrió sus gestos cómplices. Las suelas que esperaban turno en los talleres para ser convertidas en prisiones andantes volaron como alfombras mágicas hasta la concentración popular organizada en una plaza cualquiera. Calzados de todo tipo y color desaparecieron, incluso los que vivían sin laburar y felices debajo de las camas y esto pasó con cada uno de los habitantes del pueblo. Mi pensamiento vagaba en el absurdo y afuera explotaba esta avanzada pergeñada por los más sufridos y pisoteados del mundo entero. Según se supo, todo comenzó con la finalidad de ser acompañados por otros sectores de objetos oprimidos, sugerencia que no fue mayoritariamente acatada. Los hechos se suscitaron de sorpresa para que la rebelión produjera un efecto contundente. El piano de mi amigo Jorge bajó su tapa por sus propios medios y quedó herméticamente cerrado al tragarse la llave. Los marfiles del teclado tuvieron descanso pero a su vez se preguntaban si no sufrirían de pánico o de una pronta nostalgia tanguera. La actitud de los zapatos fue imitada por unos pocos útiles que los humanos usufructuamos sin pensar, o que lo damos por hecho y nos apoderamos de ellos como si fuéramos sus dueños naturales. No obstante la convocatoria fue diversa y mostró el descontento de las cosas sujetas a nuestro dominio. El pueblo quedó paralizado por la huelga de los tamangos y el crédito de su éxito se extendió como cheque en blanco para mocasines, botines, suecos, alpargatas, botas de caucho y sandalias. Modelo por modelo el mensaje llegó a todos los calzados de la comunidad que de golpe y porrazo quedó virtualmente en patas y sin algunos privilegios comunes hasta allí. Muchos no quisieron salir a la calle con sus pies descuidados que daban vergüenza. Otros se sintieron liberados de la opresión que les anudaba la garganta naciendo desde abajo. Se vieron pies grandes, pequeños, medianos, limpios y sucios, agradables, poco agraciados y muy hermosos. No faltó nada en la viña y la exposición humana duró una semana. Fue el tiempo suficiente para que todos experimentáramos la parcial desnudez como una purificación de los sentidos. Las terminales plantares despertaron reflejos desde sus puntos nerviosos y corrigieron dolencias ocultas porque se les dio la gana regresando la felicidad, sin premeditarlo, a muchos rostros con cara de tuge. Fueron masa por siete días talones suaves y ásperos con estrías, dedos deformados y aquellos que emergían como orgullosas esculturas griegas. Arcos aplastados, tobillos finos y gruesos, empeines velludos, pies acostumbrados al olor del encierro y al polvo pédico, los que recibían mimos cotidianos, las uñas pulcras y las recortadas cada muerte de obispo, los callos y los pies conchetos acariciados periódicamente por un pedicuro voyeur. Pese a tanto camino andado los zapatos no supieron expresar con claridad sus necesidades que terminada la protesta no fueron correspondidas. En el momento culminante de la pueblada hubo corridas y pocos pudieron escapar a los gases y a los rígidos bastones. Solo las zapatillas deportivas zafaron de la represión de los uniformados, disminuidos estos sin el sonido de marcha intimidatorio, ¡plac, plac, plac! característico de sus borceguíes contra el suelo, que también salieron de los cuarteles para solidarizarse con la propia especie. Finalizado el alboroto, extenuados y sin victoria, los insurrectos regresaron a sus tareas de ser esclavos de la gente. pero estos no olvidaron los días descalzos y en la semana siguiente, pese a todo, fueron considerados como tales y gozaron de mejores atenciones. Pero, como siempre, la normalidad de las preocupaciones comunes y ordinarias del pueblo nublaron los serios incidentes. Cada cuál atendió su juego y la gente continuó con sus berrinches y placeres mientras que los calzados a regañadientes, siguieron siendo solamente zapatos. (JLR)

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Publicado por josé en 6:33 17 comentarios Etiquetas: cartas con humor domingo 22 de junio de 2008

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